13 de septiembre de 2011

Ella no es más que una chica de las afueras de la ciudad, una más del montón, con muchos sueños por cumplir, quizá demasiados. Con unos ojos castaños que dejarían indiferente a cualquiera, con un carácter propio de una niña de doce, quizás trece años. Con un pelo que, a pesar de haberlo trabajado horas y horas, se rebela y se enrosca ligeramente a lo largo de su recta espalda, machacada por tantas y tantas clases de ballet, pero que al fin y al cabo no muchos saben apreciar.. Le podemos llamar una, porque de hecho lo es, es una más.
Ah, y bueno, donde hay un ella, hay un él... qué decir de él; un chico común, uno más, de esos que ves por la calle un día sí, otro también. De esos que juegan al fútbol en un equipo en el que quizás nunca ascenderán, de esos que tienen unas pestañas que una chica mataría por tener, aunque nunca nadie repare en ello. Sí, de esos chicos que, a pesar de machacarse con reggaetón a volúmenes considerables a diario, siguen conservando su cerebro. Es de esos que pueden pasarse tardes enteras jugando a la Play Station y bajándose porno por internet, y que, de hecho, lo hacen. Le podemos llamar uno, porque de hecho lo es, es uno más.

 Así es como, de algo corriente, cotidiano, común, emerge algo extraordinario. Le podemos llamar amor, porque de hecho lo es.
Y esque, de vez en cuando, uno mas una, son dos.

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